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“El lenguaje crea realidades”, esa es una de las primeras máximas que aprendí en mis años universitarios. Es a través de éste, que damos forma y sentido a las realidades, para hacerlas reconocibles al intelecto humano.
Los códigos del lenguaje atribuyen significados, significantes y referentes a los objetos y fenómenos que nos rodean. Las cosas, los sentimientos e incluso el plano cartesiano para ubicarnos, deben ser nombrados para introducirlos a nuestra percepción: Por eso aquello que no se nombra no existe.
Ahora como redactor, esa máxima cobra un sentido muy especial. Esto, porque mi trabajo se basa principalmente en el uso del lenguaje, ¿qué responsabilidad tengo en cuanto a la creación, reproducción y distribución de mensajes publicitarios que impacten a la realidad? Esta es una pregunta que me atormenta constantemente.
En lo personal, considero que para crear y promover realidades más sofisticadas, cultivar un futuro donde se aborden los temas con una visión más amplia, se debe apostar por mensajes con un lenguaje más complejo y especializado.
Es ahí donde se encuentra mi gran dilema. Hay un delicado balance entre los objetivos del Copywriting y la cultivación del lenguaje, entre el reduccionismo para un mayor alcance y la diversificación para profundizar más en la discusión.
Es verdad, que el objetivo del Copywriting es promocionar, cautivar y apelar, por tanto, mientras más sencillo mejor. Sin embargo, ¿dónde queda la promoción de la riqueza y diversidad del lenguaje? ¿Es correcto evitar palabras complejas por considerarlas inentendibles? ¿Por qué no darle la oportunidad a la audiencia de encontrar una palabra, un pensamiento o una lógica, que le obligue interpretar con mayor complejidad?
Que sea la casualidad de ese descubrimiento la causalidad de un cambio. La serendipia del lenguaje, no el reduccionismo de un mensaje, lo que impacte positivamente al cambio.